Poemas seleccionados del libro Del posible adiós**:
La taberna es un barco
Hasta el alba aullamos los blues de la Joplin,
pero es imposible sanar
de las heridas abiertas a la noche.
Una boca
para inventar un rostro
es amarte porque no estás;
no nos aman los labios
que nos queman la soledad,
no nos aman...
Hasta el alba flotamos
en el lodo del lupanar,
como en una fiesta de ladrones de fuego.
Y al sediento mediodÃa
la luz nos latiga los ojos,
y un espacio hondo se nos crece
pecho adentro...
Por tantos ojos perdidos en la vacuidad infinita
ahora hay un cirio encendido y un cigarrillo que se apaga.
Apretujado en mi rincón, con los dientes apretados
y las manos muy endebles,
en la voraz incertidumbre de mi cuerpo en su cápsula de hielo;
vela el fuego que cruje contra mi sombra
y el perro que ladra contra su miedo...
No hay estrellas,
un polvo innoble las ha borrado todas;
motores, máquinas, industrias; vuestro es el reino.
Velan los puñales de la ira detrás de las esquinas.
Velan las comisuras hambrientas y los ardidos hoyuelos...
El amor vale cien pesos cuando los hermanos de la carne
se aman en silencio.
Vela Dios desde su nada sin la mirada de los hombres;
ganas de envolverme para siempre
en mi zurcida cobija de infancia
-en sueños me paseo por las calles cubierto con esta ala roja.
En fin, ya no recuerdan mi teléfono,
y un solo golpe de sus manos sobre mi puerta
les desgranarÃa los huesos.
Velo entonces porque los muertos no dormirán esta noche.
Vuela el olor de las cebollas
Soy un niño y ya las chimeneas escupen para permitir la noche,
y el aullido de las sirenas cesa la ronda de los piñones...
Siempre extranjeros en los hoyos de los muros, los pájaros
asoman curiosos las cabezas;
a esta hora
mi padre trepa la calle con las manos machucadas
y el cuerpo roto bajo el uniforme burdo...
A las cinco y treinta de la tarde,
entre el aire agitado que lamen los pálidos neones,
mi madre hace volar el olor de las cebollas.
Mientras llueven los misiles
Uno apenas es un dado lanzado al vacÃo,
un viajero efÃmero a cada segundo;
la hormona del poder
ha fecundado la tierra
y hay un niño que canta
sin vientre,
bajo la lluvia fosforescente
de misiles en la noche.
Espiral de humo en forma de hoja de hierba para Walt
Pinta Manhattan la cascada de tu barba en este frÃo que blanquea
rascacielos, y en los mendigos —hermanos de las ardillas—
que esgrimen tu sonrisa cuando el cielo está mecido por cintas de
gaviotas,
y lloras y cantas con los niños
que van en procesión hacia las raÃces de un gran pino del Central
Park con el gato ahorcado,
o con el hombre solitario que se come los ojos sangrantes
de una muchacha que amó enloquecido en una calle ciega.
Pero hay una margarita junto a los muchachos
que se aman en un cuarto raÃdo de orÃn y droga blanca;
tú en la mitad de los dos cuerpos otra vez estás llorando
y tu voz asciende al cielo
y prende un cometa en la madre libertad
que tampoco tienen tus hermanos.
Un ángel esclavo de tu amor
cuida tu sueño
a través de la tierra,
porque tu pecho ardido para inhalar se levanta,
y California tiembla
al acomodar tu bocanada.
La hierba más verde clama por tu semen,
hay un amigo de brazos caÃdos cada vez que el sol se acuesta;
esposo al fin de la hierba más casta.
Hoy serÃas enemigo del uranio que atomiza primaveras,
y camarada de los satélites
que llevan la buena nueva de la fraternidad de la espiga.
Viejo convertido en estatua de mariposas, por mirar la luna.
Gracias al aire, el fuego a sà mismo se acaricia
y las clavijas, templan tu palpitar canturoso.
Que las golondrinas se vayan dejando invierno en tu ventana;
déjalas ir, son tus sueños trocados en canto.
Tornen a nosotros, pájaros trovadores de invierno
a incendiar nuestras sangres con su fuego.
Como una guitarra de ensueño en las garras
de una paloma, el corazón secreto es
volatinero de evocaciones;
pero yo canto a las cuerdas del aire
rasgadas por un ángel roto.
No imagino menos en el corazón noctámbulo de una cigarra,
y no espero más del que abraza
la cintura de una sirena
con el ardor de un náufrago.
El primer retorno
El Cosmos navega en tus ojos
y en tu pubis se gesta una vorágine.
Allà sumerjo un almendro y un temblor infinito,
quiero tocar el centro de la tierra con mi almendro.
Sumerjo entonces una mano,
otra mano y los pies
y la cabeza y todo mi ser sucumbe
en tu centro.
Allà se gesta mi cuerpo entero.
Muero, me descompongo,
maduro, reverdezco
y me filtro
en la maravilla de tu savia.
***