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Preguntas para percibir la diferencia*


Por Juan Pablo Zapata Colorado**



“quizás las cosas que percibo, animales, plantas, hombres,

colinas, aguas brillantes y fluidas,

los cielos del día y de la noche, los colores, densidades,

formas, quizá sean (cómo sin duda lo son)

apenas apariciones y lo real algo aún por conocerse.”

Hojas de hierba, Walt Whitman.


Nunca se nos ha permitido ocupar un punto medio; se es demasiado blanco o negro, alto o bajo, intelectual o analfabeta, godo o cachiporro, de derecha o de izquierda, rico o pobre, normal o anormal. Obligados a ocupar un solo bando, se nos ha negado la posibilidad de ondular, de mutar, de retroceder, de habitar lo inexplorado, de convivir con lo heterogéneo, de decir lo que el propio cuerpo dice y el corazón precisa, de ser antes que parecer. Entonces, la pregunta sería ¿quién soy yo? ¿aquél que solo existe en la imaginación del otro, otro que es por demás sutil e inefable? ¿y quién es el otro? ¿aquel que viene a confirmar mis oscuros fantasmas, los que yo espío y exorcizo? ¿y nosotros? ¿la marca estadística de la normalidad? ¿la serenidad agobiante de lo permitido? ¿y ellos? ¿la excepción que confirma la norma? ¿o aquellos deseables e indeseables héroes y villanos?


Un eco permanente invita a ser sujetos (políticos, de derechos, autónomos etc.) pero ser sujeto parecería ser lo mismo que estar sujetado. Ser un perro amarrado a una estaca; esto es, ocupar un lugar limitado por la longitud de la cadena. ¿Qué es entonces aquello que nos puede decir el mundo, lo otro y los otros, si ocupamos un terreno limitado del mismo? ¿si nuestros propios filtros son irrevocables, inmarcesibles? Los otros, lo otro, es una cuestión de diferencias -y diferencialismos- y a la vez es una cuestión humana, pues nunca el gusano ha sido acusado de idiota por el águila o el pollo. Lo que me pregunto es si la diversidad, la singularidad, la diferencia es loable y deseable en términos de flora y fauna, ¿por qué cuando hablamos de seres humanos constituye una problemática expresada en mecanismos de exclusión, eliminación y destrucción del otro?


Incluso ahora cuando se nos invita a guardar precavidas acciones de autocuidado y guardarnos en nuestras cuevas con el argumento de salvar la humanidad de una pandemia aún más letal y abrumadora, cuando por los medios se chorrean palabras como comunidad, ayuda, empatía, solidaridad, esperanza y otros se animan a profetizar el fin del capitalismo, nos estamos nutriendo de individualismos cada vez más viscerales y entre el laberinto de nuestra angustia encontramos salidas en investir de culpabilidad a alguien más, que por lo demás es desconocido pero bien delimitado. Afilamos el dedo índice para decir “eres la causa de todo mi mal, quédate en tu puta casa”. Somos perros rabiosos amarrados a una estaca.


La pregunta por lo otro es definitivamente una pregunta por lo extraño, por lo que no encaja en mis moldes, por lo que transgrede y perturba y que por otro lado confirma mi identidad y mi posición de dominación ante aquel (aquellos) que son nombrados y delimitados; nombrar es entonces una relación de poder; aquí la pregunta es ¿Quién nombra a quién? ¿bajo qué criterios? ¿con cuales argumentos? ¿con cuáles intereses? ¿El representar al otro en mi lenguaje es un proceso personal o determinado por la imagen de mi cultura en un sistema de jerarquías y dualidades? Por otro lado, en un mundo abocado al llamado del multiculturalismo, la tolerancia, la ayuda mutua y el respeto a la diferencia, ¿Qué son los nombres de los otros? ¿una suerte de eliminación del individuo o creación de grupos cada vez más delimitados? ¿un modo de suavizar la colonización sobre el otro inexplicable?, ¿una fuerza institucionalizadora, pero sutil de la divergencia?, ¿una estrategia publicitaria que forja ideales de hombres y mujeres? ¿una reivindicación de los oprimidos y olvidados? ¿una espiral que vuelve al cuerpo como cartografía de lo humano y expresión de la diferencia? Me nace decir que nombrar desde la posición de poder es también delimitar espacios, erigir ciertos lugares para ciertos cuerpos y segregar los demás a lugares obligados, es poner una mariposa sobre el fango para justificar férreos disciplinamientos, acusar las luciérnagas del efecto invernadero o cortarse la planta de los pies para no echar raíces.


Cuál será entonces la pregunta por la diferencia que permita un modo más acogedor de habitar y habitarse, que disminuya los exterminios físicos y simbólicos de los otros, que acabe de una vez por todas la colonización de los incomprendidos, la violencia simbólica y real contra el inmigrante, el exiliado, el negro, la mujer, los niños, los maricas, las areperas, los venecos, los mamertos, los rojos, los infectados, los trabajadores, los maestros, los estudiantes, los tontos, los silenciosos, los agüevados, los indios, los discapacitados, las putas, los gamines, los mugrosos, los pobres, los hinchas del otro equipo, el mariguanero, la chusma… Cuál va a ser la pregunta que erija un sistema educativo sin etiquetas ni jerarquías, que plantee los principios de la dignidad humana en todo modo de relacionarse, encontrarse y conversar que permita un mundo donde no sean necesarios los tratados de derechos humanos, donde el entorno natural sea el lugar del que hacemos parte y no el recurso que se reparte. Esa pregunta, tal vez, debería iniciarse sobre la reflexión de lo que produce el otro en mí y yo en él y lo que juntos somos capaces de producir para generar un terreno fértil para nuestras pasiones y las de los demás, es una pregunta por lo que me dice su rostro forjado con el fuego de su historia, lo que grita su mirada en un mundo de ruidos fútiles, una pregunta por el zapato del otro, no para medirlo en mi pisada si no para favorecer la suya.


Y mucho ojo amigos y amigas lectores, que este llamado no pretende ser la enceguecedora apología a la tolerancia que obvia la desigualdad, la opresión y la violencia bajo el falso llamado al reconocimiento de la singularidad y la premisa de que cualquier opinión es válida a priori –“en mi corazón cabe todo el mundo menos el opresor en tanto opresor” me dictaba un viejo maestro- y ojo también a esto, que el agobio por esta gran pregunta por el ser y el conocer no nos impida el escuchar lo que nos dicen nuestros pies: “Somos pasajeros. Para andar, para andar…”.




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*Texto publicado en la Revista Cosmogonía. (2020). Edición Especial. pp.6-7.
**Nacido en Bello hace 3 décadas. Licenciado en Educación Física de la Universidad de Antioquia. Estudiante de Licenciatura en Educación Especial de la misma universidad.




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